Tiempo hacía que tenía ganas de hincarle el diente de nuevo a alguna novela de Brandon Sanderson tras el muy buen sabor de boca que me dejó su Elantris hace unos años. Y como aquella era autoconclusiva, qué mejor manera de comprobar cómo se mueve el mormón en otros ambientes que leyéndolo con un proyecto más largo, y decir esto en fantasía es hablar de sagas. En este caso de la trilogía Nacidos de la bruma con su primera entrega: El imperio final (2006).
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Lo primero que hay que decir de El imperio final es que aunque forme parte de una saga de mayor alcance, se trata de una historia bien cerrada, por lo que es afrontable para quien no quiera enfrentarse a 2.000 páginas y se contente “solo” con 600 y pico para conocer este mundo o al autor del mismo, pues es una buena obra para comenzar con Sanderson. Así, al cerrar el libro tendremos los suficientes lazos para continuar con el siguiente, pero el libro quedará también lo suficientemente concluido como para poner el punto y final. Eso sí, advierto que lo más natural será que el punto sea y seguido, pues adelanto ya que apetecerá seguir conociendo las peripecias de los abnegados personajes en las próximas entregas.
La narración nos presenta un mundo dividido en castas muy compartimentadas. Por un lado los skaa, a la altura de los perros, y por otro los nobles, que los oprimen (y exprimen) hasta la extenuación. La separación es tal que en un momento dado un noble se preguntará si un skaa será capaz de tener sentimientos. No obstante, en ocasiones los nobles intiman con mujeres skaa, viéndose obligados por ley inflexible a ejecutarlas tras tales situaciones, pues no resulta permisible que la estirpe de un noble continúe en la clase más baja.
Y por encima de todos ellos, se halla el Lord Legislador. Propietario legal de todo skaa, gobernante oculto y dios viviente e inmortal. Mediante su puño de acero y sus cuerpos de obligadores (algo así como sacerdotes/mercaderes) e inquisidores (una gestapo a lo bestia), gobierna a nobles y oprime a skaa, haciendo y deshaciendo lo que le viene en gana.
Es por tanto una situación propicia (y reconozcámoslo, tópica) para que un héroe surja y libere al pueblo (o al menos lo intente) de semejante tiranía. Y este héroe será Kelsier, antiguo ladrón condenado personalmente por el tirano que ha sobrevivido a un infierno para regresar a la capital del imperio, Luthadel. Y tiene un plan. Para llevarlo a cabo tratará de reclutar a Vin, una ladronzuela de una banda de poca monta, dotada sin embargo de una suerte peculiar. Vin, desconfiada como nadie, aprenderá lo que es amistad y lealtad y acompañará al lector mientras conoce el mundo del imperio final, cubierto de ceniza y bruma, y al admirable héroe en que se ha convertido Kelsier.
Hasta aquí, todo “clásico” en un libro de fantasía normal (aunque de entrada Kelsier nos recordará un poco al Arelon de Elantris y la ceniza al moho de aquella ciudad, pero pronto se pasa tal sensación). Además, debemos añadir que el imperio a derrocar viene perfectamente descrito desde un marco realista, no solo en cuanto a estratos sociales, sino también culturales, económico-mercantiles, militares, religiosos, culturales y de relaciones sociales entre casas nobiliarias, mostrándose un quién es quién que ha tardado un milenio en fraguarse y enfriarse. De esta forma ya nos ubicamos en la macrovisión de las sagas fantásticas de la actualidad que nos han proporcionado algunos de los escenarios complejos más creíbles (Martin, Sapkowski, Abercrombie), aunque no llegue al nivel de alguna de ellas.
Ahora bien. ¿Qué nos proporciona esta primera entrega de Nacidos de la bruma más allá de esta complejidad del escenario base? Fundamentalmente dos:
Por un lado encontraremos la más que meritoria fluidez narrativa de Sanderson. El escritor americano nos cuenta las cosas con enorme facilidad, y con enorme facilidad las entendemos, lo que resta cientos de páginas de densidad a sus libros.
Leeremos capítulos contados desde los puntos de vida de Kelsier o Vin y conoceremos al resto de su bien dibujada banda (Brisa, Ham, Sazed, Marsh, Dockson, Clubs y Fantasma) o asistiremos a bailes nada aburridos (excepto para Elend Venture) como si estuviéramos comiendo pipas, y pasar al siguiente capítulo resultará tan sencillo como coger la siguiente pipa. Se trata de una lectura casi adictiva, aunque a veces demasiado lineal; solo los enigmáticos prefacios a cada capítulo rompen algo este tono (su importancia tendrán). Además, si a las escenas de acción nos referimos, esta fluidez llega a convertirse en espectacular: doblemente meritorio. Y he leído pocas historias con más acción y ninguna con esta mejor contada.
En segundo lugar: la magia “racional”. El original sistema mágico de aquí, la alomancia, se rige a unas reglas muy bien establecidas (tanto que hasta hay un juego de rol), poco místicas en general y nada parecidas a otras sagas. Y Sanderson las explica largo y tendido (quizá de más): unos pocos nobles (brumosos) tienen la capacidad de, mediante el uso de algunos metales comunes o no, tener una capacidad especial (percepción, fuerza o constitución sobrehumanas, magnetismo, influir en la mente de otros…). Un porcentaje minúsculo de entre ellos poseerá todas las habilidades (nacidos de la bruma). El lector conoce bien todas estas reglas. Así, cuando la historia nos presente tal o cual escenario, se nos está obligando a plantearnos si se resolverá siguiendo las reglas en uno u otro sentido. O a veces en otro totalmente nuevo, porque Sanderson es un gran narrador y no lo resuelve todo con la alomancia, y por muchas escopetas de Chejov que cuelgue, no las dispara todas, porque si no, ¿dónde estarían las sorpresas? Que haberlas, haylas.
Por último decir, como curiosidad, que tras leer este Imperio final (y en especial impresionada por su tour de force final, que en verdad está logrado), la viuda de Robert Jordan quedó tan encantada que pidió a Sanderson que acabara La rueda del tiempo, y Sanderson accedió. A mí no me va a convencer de leer los casi 20 libros de tan mítica saga, porque no lo he hecho ni tan siquiera con el primero, pero sí me lo he pasado tan bien como para que continúe con Nacidos de la bruma y El pozo de la Ascensión, su segunda parte, que no es poco, quizá no esperando exquisitez técnica (tampoco pobreza en esta ni falta de calidad, desde luego), pero sí que me siga proporcionando diversión a palazos como este Imperio final, porque no es algo tan fácil de encontrar.Así, como adelantaba, uno acaba con ganas de completar la trilogía, que dicho sea de paso, es intención de Sanderson sea la primera de tres trilogías en el mismo universo, que cuenten historias diferentes en tiempos diferentes y con personajes y trasfondos bien distintos (ya ha comenzado la segunda). Ambicioso proyecto, desde luego. De momento, vamos paso a paso.
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4 comentarios:
Yo también he hecho una reseña de este gran libro, echarle un ojo en mi blog
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Yo también he hecho una reseña sobre este libro, es buenísimo, echarle un ojo a ver si coincidís conmigo.
alvaromorenosetien.blogspot.com
Me encanto su estilo de narración y como nos describe esta sociedad oprimida y la magia. Los capítulos se me hicieron muy extensos y el final es muy bueno.
Siempre se agradece una reseña.
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