Como cada vez que inspeccionaba un nuevo emplazamiento, bajó con cuidado la escalerilla de la nave y abandonó a través de ella la escotilla que comunicaba con la nave recién aterrizada. Ya sobre el terreno observó cuidadosamente los aledaños de la zona en que había tomado tierra, inspeccionando hasta el más nimio detalle de cuanto le rodeaba. Una vez cerciorado de su seguridad, dio un leve salto y al descender se levantó a sus pies una nube de polvo milenario. Solo entonces echó a andar…
La emoción pionera de ser el primer ser humano en dar unos pasos sobre un planeta hollando su suelo virgen permanecía incontestable, pero los tiempos en los que eso suponía un verdadero hito quedaban bien atrás. El argumento que empujaba la exploración espacial actual era el del negocio, y por tanto radicaba en encontrar recursos de provecho. Agua para poder establecer una nueva colonia. Minerales lo suficientemente valiosos como para realizar la inversión en su extracción. Aun con todo a Calvin Christensen le gustaba pensar que alguna reminiscencia de aquellos precursores aún residía en él. No solo de los primeros astronautas, sino incluso también de los conquistadores del Nuevo Mundo hacía miles de años. Por qué no, de aquellos que desafiaron las advertencias de hic svnt dracones, el disuasorio aquí hay dragones de unas cartas de navegación incipientes dibujadas a mano sobre pergamino.
Ser explorador espacial era un trabajo menos heroico y vistoso de lo que lo había sido en el pasado, sin embargo seguía resultando igualmente peligroso. Un error técnico en la nave o en el traje y estabas muerto. Un alunizaje demasiado abrupto y estabas muerto. Una atmósfera corrosiva, una gravedad demasiado alta, una lectura errónea en los sensores de las sondas y estabas muerto. Un encuentro casual con cualquier alienígena poco amistoso y estabas muerto. Eran innumerables los accidentes que podían concluir con el funesto resultado. Por ello, Calvin era un hombre muy bien pagado. Dos o tres años de esta vida al límite habrían bastado para costearse un retiro holgado. Él ya llevaba seis; explorar se le daba bien, pero sobre todo ni sabía hacer otra cosa, ni sentía la necesidad de intentarlo. En cuanto llevaba un par de semanas fuera de su nave se sentía incómodo, echaba de menos la soledad del espacio y de más la compañía de la gente y la algarabía de las ciudades. Su sitio estaba con los dragones. Explorar era su pasado y su futuro. Y por supuesto, su presente.
SL61 había sido un planeta sistemáticamente ignorado por otros exploradores, pero a él le parecía un prometedor trozo de piedra árida en el espacio. A todas luces no resultaba apto para ningún tipo de vida concebible, ni se hallaba en su composición elemento alguno de interés. Sin embargo la composición de la atmósfera no parecía en exceso dañina y la gravedad era la mitad que la terrestre, hallándose dentro de los márgenes tolerables. La temperatura superficial era muy baja, pero suficiente para el trabajo mecanizado y aunque la inmensa mayoría de la superficie no era más que polvo de arena insignificante, Calvin el solitario, Calvin el minucioso, había descubierto un cráter de tan solo unos cientos de kilómetros al cual ningún otro había prestado atención y que, a pesar de todo, albergaba altas concentraciones de volframio según su sonda de prospección.
Ahora comprobaba sobre el terreno su aptitud para la extracción del metal, lo que implicaba necesariamente tener que pateárselo in situ. En apariencia no tenía porqué existir ningún problema. El cráter se hundía unos cuarenta kilómetros sobre el resto de la baldía superficie de SL61. Quizá lo hubiera producido el impacto de algún meteorito, pero el paso de los millones de años había limado su interior dejándolo tan llano que cualquier nave hubiera podido aterrizar sin problemas, desembarcando maquinaria minera que excavara el suelo. Calvin dio otro pequeño salto midiendo bien la gravedad reducida y al posarse sus botas dejaron las huellas marcadas en el suelo firme, levantando una pequeña cantidad de polvo muy fino. Tras un par de horas de paseo e inspección ya había llegado a una conclusión preliminar: sí, la región era explotable. Por otro lado, además de su más que probable interés monetario, también poseía una belleza indudable. Cruda y desértica, pero con la peculiar y sugerente atracción inherente a algunas naturalezas muertas. Contempló los lejanos bordes del cráter a su alrededor, una cordillera circular cinco veces más alta que el Everest. Una frontera imponente.
Entonces, mientras mantenía levantada la cabeza para otear en el horizonte, un destello captó su atención mucho más cerca, a tan solo unos cientos de metros. Un brillo metálico que no tenía razón de ser, pues allí tan solo había polvo y arena.
Los dedos gordezuelos de los guantes de la escafandra espacial apenas cabían en el hueco del gatillo de la pistola de disrupción, motivo por el cual siempre prefería dejarla en la nave. Este detalle ahora le hacía sentir algo inseguro en su deambular por la superficie devastada. Devastada, pero con un brillo metálico. En principio tan solo se trataba de un reconocimiento somero, pero un arma en las manos siempre relaja cuando no sabes lo que te puedes encontrar, y allí nadie podía saberlo pues se trataba de un paraje totalmente inexplorado. En cualquier caso la pistola quedaba lejos, no estaba allí y él sí.
Conan el Cimmerio: El pueblo del Círculo Negro
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