Tras tocar el cielo de la ciencia ficción recibiendo los más importantes premios con la brillante novela Hyperion y su muy buena continuación La caída de Hyperion, Dan Simmons decidió regresar a su celebrado universo con la mucho más tibia Endymion, para contar acontecimientos tres siglos posteriores a las dos primeras novelas, que a su vez sirvieran para atar cabos sueltos, especular con la evolución histórica tras aquel tiempo, y narrar nuevas aventuras. Por fin, acabará el ciclo con la continuación de esta, El ascenso de Endymion (1997), con la que poner el punto y final al extenso equipo de personajes y bandos desplegados hasta entonces.
Hagamos ahora un poco de recapitulación. Aunque las cuatro novelas puedan considerarse una tetralogía, resulta más sensato hacerlo como dos bilogías relacionadas. La primera, llamada propiamente Los Cantos de Hyperion (aunque este nombre se extiende a las cuatro), formará parte de la segunda no solo como precursora literaria, sino como supuesta obra poética contenida dentro de esta segunda historia, y múltiples veces referenciada a lo largo de la tercera y cuarta novelas. Por lo tanto, aunque lo recomendable sería lanzarse con las cuatro obras para disfrutar de todo el conjunto, resulta bien factible leer solo las dos primeras, e incluso posible tan solo las dos últimas, si bien esto último no sería del todo recomendable.
Juegos metaliterarios aparte, lo que sí resulta imprescindible es conocer Endymion para leer El ascenso de Endymion. Ya comenté que a pesar de la demostrada pericia de Simmons como escritor, con la tercera parte bajaba considerablemente el nivel respecto a la bilogía inicial en complejidad e interés, quedando muy pendiente su valoración definitiva de esta última parte. Afortunadamente el escritor americano volvió a ponerse las pilas escribiendo una estupenda novela en la que volvía por sus fueros. El ascenso de Endymion vuelve a ser una historia coral (una de las grandes virtudes de los Cantos), que aunque tenga los mismos dos protagonistas evidentes que su precursora inmediata, nos cuenta muchos más puntos de vista, alguno de ellos secundarios sin una labor crucial en la trama, pero que enriquecen cuantitativa y cualitativamente el conjunto hasta lograr que dé el salto de calidad que la colocaría a un nivel equivalente al de La caída de Hyperion. Vuelven las múltiples tramas, los complots universales, las intrigas empresariales (casi palaciegas, o deberíamos decir religiosas), los bandos con múltiples intereses, cada uno de su padre y de su madre, y dejamos a un lado esa linealidad, que por impecablemente contada que estuviera, se volvía a veces un poco insulsa.
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