Voy a dar un rodeo para llegar al principio. Hace unos años, existía un grupo de correo de la editorial Gigamesh, en el que cada uno escribía lo que deseaba, prioritariamente sobre las novelas de dicha editorial, mas en realidad de cualquier tema. Aquella lista se convirtió en un fantástico foro abierto sobre la literatura fantástica y de ciencia ficción, del que aprendí mucho, y me dio a conocer gran cantidad de obras y autores. Allí, periódicamente saltaba a la palestra una discusión sobre un escritor y una de sus obras, que si era un fascista, que si la novela hacía apología de la xenofobia, que si en realidad no era ésa su intención… El escritor era
Robert A. Heinlein, la novela
Starship Troopers (Tropas del Espacio, 1959), y aquella lista de correo vivía grandes tiempos, repletos de argumentaciones inteligentes y discusiones interesantes. Después se hundiría con los clásicos y repetitivos
¿cuánto falta para [inserte aquí la siguiente novela de Canción de Hielo y Fuego]? y perdería casi todo su interés. No obstante, aún recuerdo aquellos enriquecedores debates, y os aseguro que no los había tan fieros sobre ninguna otra obra. ¿Qué quiero decir con esto? Pues probablemente que es la novela de ciencia ficción más polémica que se haya escrito... Y yo no la había leído hasta ahora.
Mea culpa.
La historia nos suelta de sopetón con el protagonista,
Johnny Rico, perteneciente al elitista cuerpo de la
infantería móvil, en plena misión de guerra, vestido con su exoesqueleto de combate y armado con un arsenal atómico, una auténtica máquina de destrucción, matando extraterrestres en una incursión, para después saltar al pasado y ver cómo ha llegado hasta ahí, desde antes de dejarse reclutar, y pasando por diferentes estadios dentro del escalafón militar.
Johnny es un
personaje plano, sin claras motivaciones ni fuertes opiniones, por diferentes motivos. El primero es el de convertirse a veces casi en un
mero espectador de los acontecimientos que no los valore especialmente con el que el lector pueda identificarse más fácilmente, pero extraer sus propias conclusiones. Otro es el empezar como un trozo de arcilla sin forma
para que el ejército pueda moldearlo con mayor facilidad. También así se facilitará el
“viaje del héroe” a realizar por Rico. Este viaje estará íntimamente ligado al ejercito, no en vano Heinlein fue militar (llegó hasta teniente), si bien no combatió, lo que se nota le pesó. Sin embargo, es crudo y frío en sus descripciones de los hechos, tanto de los cadetes como de los soldados: no engaña a este respecto, suelen acabar muriendo, pero no puede evitar mostrar su profunda admiración tanto por los soldados como por oficiales, especialmente por la infantería móvil, esto es, por pequeños grupos de élite formados por muy pocos miembros (estilo marines), y exaltar sus valores de valentía, cohesión de cuerpo, integridad y compañerismo. De hecho es ésta una lectura recomendada por el ejército estadounidense, con lo que es
innegablemente promilitarista.
Pero no nos engañemos, no viene de ahí toda polémica, sino solo una parte. La cuestión empieza a complicarse con las argumentaciones que Heinlein vierte a lo largo de la novela, por lo general poniéndolas en boca de instructores, oficiales o militares retirados. Por ejemplo, el servicio militar no es obligatorio, pero solo mediante el mismo se adquiere el derecho a voto y la posibilidad de ser votado y hacer carrera política. ¿Extremista? Sin duda, pero tampoco se hace crítica de quienes no optan por él, que pueden crecer socialmente con el único techo de no poder ocupar cargos públicos.