Cyrano de Bergerac, antes de convertirse en una película estupenda por Gerard Depardieu, que es por lo que casi todos lo conocen hoy, fue otra película igual de buena por José Ferrer (además de otras muchas menores). Ambas están basadas en el texto de Edmond Rostand de finales del XIX que trata de contar la historia del auténtico Cyrano (1619-1655), quien en efecto tenía una poderosa nariz, pero no sé hasta que punto se enamoró de su prima Roxane.
Lo que sí parece claro es que fue un hombre tremendamente controvertido, muy carismático, hábil espadachín, duelista empedernido, valiente soldado, conocedor de la física y de la química más cercana a la alquimia, y sin lugar a dudas uno de los mejores escritores de su siglo en Francia (recordemos, eran los años de Moliere), y abuelo de la ciencia ficción, sobre lo que escribiré otro día.
Pero no soy yo su biógrafo, y con esta entrada del blog sólo pretendía poner un texto que siempre me ha gustado especialmente. Pondré primero la escena y después la transcripción, para acabar con una cita del propio Cyrano...