Es
Eduardo Mendoza un creador heterogéneo. Por un lado escribe
libros serios, sobre los que no hablaré por no haber leído ninguno de ellos, pero que en general están muy bien considerados (es, por ejemplo, el penúltimo premio Planeta). Por otro lado, también ha firmado una buena cantidad de
patochadas geniales, como la trilogía de novelas detectivescas autoconclusivas formada por
El misterio de la cripta embrujada,
El laberinto de las aceitunas y
Las aventuras del tocador de señoras, que devoré años ha mientras viajaba en autobús (mis mal disimuladas carcajadas eran muestra de mi deleite por aquellas páginas y entretenimiento para el resto de viajeros), o la más reciente particular revisión del niño Jesús de
El asombroso viaje de Ponponio Flato, igualmente hilarante. Dentro de este Mendoza humorístico también ubicamos
Sin noticias de Gurb, que casualmente no había leído hasta ahora, a pesar de ser de su primera época (1991).
En un principio, Sin noticias de Gurb fue publicado por entregas en el diario El País, mas no es comparable al folletín tan dado a aparecer en el pasado en periódicos y revistas, sino que más bien se asemeja a una tira cómica prosaica. Una vez completado, Eduardo Mendoza lo compiló y adaptó al libro actual, realizando los mínimos añadidos necesarios.
El formato empleado es el de
sucesión de entradas en el diario de a bordo de un alienígena recién llegado a la Tierra, concretamente a la
Barcelona urbana que tan bien conoce Mendoza. Nada más llegar, su subalterno Gurb sale de la nave en misión de reconocimiento inicial, para el que adopta la forma de la terrícola Marta Sánchez (recordemos: en aquella época
sex-symbol número uno del país), por no ir por ahí llamando la atención. Al no recibir noticias de Gurb, el jefe de la expedición (formada solo por ellos dos) decide salir en su busca tomando la respetable forma del conde-duque de Olivares.
Éste es el pretexto que necesita Mendoza para realizar un análisis ligero en clave de humor de la Barcelona metropolitana y sus lugareños (en realidad trasladable en su mayoría a otras grandes urbes).
La percepción de alguien radicalmente ajeno a la raza (y razón) humanas, fundamento de la historia, está tratada de forma razonablemente original, aunque no totalmente novedosa. Me viene a la cabeza la descripción que de nosotros realizaba El éxodo de los gnomos, de otro de los autores humorísticos por excelencia, el muy frecuente entre
mis entradas Terry Pratchett, si bien no son obras muy comparables más allá de esta óptica y de la continua llamada a la risa.