Es simple porque en realidad cuenta una historia simple: las vicisitudes de una familia norteamericana de clase media entre 1940 y 1942. Está escrito en primera persona tiempo pasado a modo falsamente autobiográfico, siendo el propio autor, Philip Roth, el niño protagonista—para los que no lo conozcáis, considerado en general como uno de los mejores escritores estadounidenses de las últimas décadas—. Los hechos son vividos por el niño y contados por el adulto, lo cual conforma una interesante dualidad al mostrar la ingenuidad del niño frente al narrador omnisciente hablando acerca de sí mismo.

Es un libro sobre relaciones familiares y sociales, que cuenta lo que les ocurrió al propio Philip. A su hermano mayor Sandy, llegando a ese momento púber en el que siente la necesidad de pensar por sí mismo y defender sus ideas aunque una mínima reflexión le haría darse cuenta de su equivoco. Su padre preocupado por su familia y su abnegada madre acaban de conformar el núcleo familiar. También destacan su primo, tía, vecinos y amigos, como ocurre en cualquier familia normal: su entorno. La novela cuenta los hechos cotidianos de este microcosmos. Las interacciones que pueden surgir en el mismo y los problemas y soluciones derivados de las mismas.
Hasta ahí, normal. Ahora viene la genialidad de la novela, que no es otra que una vez que ha construido unos cimientos narrativos fuertes, cambia el contexto histórico radicalmente.
Una ucronía es un subgénero clásico de la ciencia ficción en el que se cambia una serie de sucesos históricos de mayor o menor calado, y se desarrolla una historia en torno a ellos que nos permita especular con su resultado y consecuencias, en el mejor de los casos invitando a la reflexión. A finales de los años 30 el demócrata Roosevelt era la figura pública más popular de los EEUU. Había logrado reconducir al país de una brutal crisis económica, era presidente por mayoría abrumadora y continuó siéndolo cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Ayudó armamentísticamente a los aliados, criticó con fiereza al nazismo y tras Pearl Harbor entró en el conflicto, siendo la acción americana decisiva en la finalización del mismo. Por otro lado Lindbergh, el héroe aviador que hiciera el primer vuelo América-Europa sin escalas en su avión “Spirit of Saint Louis”, también era muy popular gracias a esta hazaña. Menos conocido es que también era republicano aislacionista, que había tonteado con el partido nazi antes de la guerra. En un momento dado se le sugirió como candidato a la presidencia. No cuajó.
Pero, ¿y si sí que lo hubiera hecho? Pues quizá aprovechándose de su popularidad y de una campaña poco convencional hubiera derrotado a Roosevelt en las generales. Y quizá esto hubiera provocado un severo alejamiento americano de los aliados durante la guerra. Incluso un acercamiento a la justificación de los comportamientos de las potencias del eje. Y adecuadamente llevado a cabo, un desmesurado crecimiento del sentimiento antisemita de la América profunda, contagiándose a todo el país.
Ésta es la ucronía que propone Roth en La conjura contra América, contándolo desde la óptica de una familia media de Newark, Nueva Jersey. Ah, claro, y la familia es judía.