Es quizá
Billy Wilder el mejor director de la historia del cine. De la misma manera que quizá lo sea Alfred Hitchcock, o Fritz Lang, o Kubrick, o Coppola o Spielberg entre otros muchos. En definitiva, es uno de los más grandes,
uno de esos hombres que hicieron crecer este arte hasta lograr que muchos lo amemos profundamente. También tenía una virtud muy especial su cine: la
diversificación. A todos nos vienen a la mente sus obras maestras en la comedia (Con faldas y a lo loco, En bandeja de plata, Primera plana, Uno, dos, tres, …), pero fue capaz de repetir en bien diferentes géneros. Las películas de aventuras (la casi desconocida joya Cinco tumbas al Cairo), el cine de intriga, habitualmente mezclado con otros géneros (Testigo de cargo –juicios–, Perdición –noir–, El crepúsculo de los dioses –metacine–…), drama (El Apartamento, El gran carnaval, …). Si sigo, a lo tonto voy a mencionar toda su filmografía. Una sugerencia: vedlas todas. Incluida, por supuesto, La vida privada de Sherlock Holmes.
La primera vez que vi
La vida privada de Sherlock Holmes, inevitablemente me fijé en la
trama detectivesca, y como a decir verdad es muy interesante —no en vano es una historia del gran detective—, disfruté por tanto mucho con desapariciones y búsquedas, con enanos y monjes que pasaban por allí, con el Club Diógenes y con el genial Mycroft, el hermano listo de los Holmes, pero no pude apreciar del todo la obra. Para empezar, ¿Por qué se titula así? Pues porque, con un agradable traje de
engañosa comedia en la mayoría del metraje, se nos presenta al personaje, y lo demás es un pretexto. Su falsa misoginia, su casi azarosa lucha contra el tedio mediante inventos de dudosa utilidad, su drogadicción, que más que en ninguna otra película del personaje aquí es explícita. En definitiva,
sus defectos, pues las virtudes (valor, ingenio o búsqueda de la justicia) ya los conocemos. Así en este film sin darnos cuenta vamos conociendo alegremente a un Holmes muy humano escondido debajo de un disfraz de sí mismo, para que al fin, como de un pescozón que nos saca del sopor, nos digan
que te lo estoy contando, que es de verdad y también siente y nos damos cuenta de que es así.
Por supuesto, Billy Wilder es un maestro contándonoslo. El
ambiente está muy logrado, no excesivamente oscuro –para ser una peli de Holmes-, lo que funciona a favor de una
narración nítida. Los
actores también están bien (destaca Robert Stephens como Holmes, una muy guapa Geneviève Page como Gabrielle y la siempre agradecida presencia de
Christopher Lee como Mycroft). Watson, para mi gusto, demasiado payaso, llega a convertirse en un personaje cómico genuinamente wilderiano, pero también tiene sus momentos de mayor profundidad. Impecables los decorados y escenarios, así como la
partitura de Miklos Rozsa (uno de los grandes clásicos de Hollywood).
Lo indicado hasta ahora me parece motivo suficiente para verla, mas es sin embargo lo que más me gusta de la película el que
cada vez que la vuelvo a ver, me gusta más, descubro nuevos matices o detalles, disfruto más con la comedia, con esa primera media hora casi insustancial pero muy divertida, repleta de sarcasmo autorreferencial, con la intriga, que me da tiempo a olvidar lo suficiente de un visionado a otro y así volver a disfrutar, y me parecen más finos los diálogos de principio a fin. Y
vuelvo a descubrir al Sherlock Holmes de Wilder y recuerdo por qué me gustaba tanto. Además, no tengo la impresión de que envejezca, sino de que gana con el tiempo. Ahora me pregunto cómo hubiera sido la cinta que Wilder quería estrenar (más de tres horas), porque si ésta (dos horitas) ya me encanta, la otra quizá me hubiera vuelto loco. En fin. Nunca lo sabremos. Contentémonos con lo que tenemos porque no solo no es poco sino que además es mucho.
Os dejo una pizca del principio: