Felipe II muere accidentalmente en el apogeo de su reinado, pero en lugar de sucederle Felipe III (lo que en la realidad, grosso modo, supuso la primera pedalada de un larguísimo cuesta abajo y sin frenos para España), tras un cruento conflicto lo hace el bastardo Juan de Austria, victorioso y lleno de gloria tras Lepanto. Esta circunstancia y muchas otras (entre las que destacaría la no adhesión fanática al catolicismo o la permanencia de los judíos en la península), permitirán un desarrollo de los acontecimientos en el que bien entrado el siglo XX nadie en el mundo le tose al imperio español, y esa es la ucronía desde la que parte Danza de Tinieblas, de Eduardo Vaquerizo.
La acción transcurrirá en un 1927 alternativo, en el que de la mano de Joannes Salamanca, soldado curtido y duro, no especialmente brillante, pero con notable instinto de supervivencia, iremos conociendo la propuesta para este otro mundo decididamente steampunk que realiza Vaquerizo, llena de autocoches que funcionan con hulla y reminiscencias evocadoras a una época pasada estirada hasta los hechos, que parecen ubicar la acción más próxima al siglo de oro que en este ucrónico XX. El color con el que se pinta la historia es uno de los grandes logros de la novela, no cabe ninguna duda. Pero si la historia fuera solo color, agotaría los ojos a las 50 páginas, y no es el caso de esta danza.
Conan el Cimmerio: El pueblo del Círculo Negro
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