Cuando en 1932
Carl Theodor Dreyer, hasta ese momento considerado como uno de los grandes genios del cine europeo, estrenó
Vampyr, obra de terror a salto de mata entre el mudo y el sonoro, la acogida fue tan
buena que tuvo que esperar más de una década para poder firmar otra película y volver a su merecido lugar. Y la verdad es que no me extraña. La tremenda originalidad, tanto a nivel argumental como formal de la puesta en escena, fue demasiado para la época.

La narración es de cierta sencillez, pero contada con inteligencia por un atrevido Dreyer, en la que los acontecimientos no son tan predecibles como estamos acostumbrados (tanto en los años 30 como ahora), y en la que da la tan agradable pero extraña sensación de que cualquier cosa puede ocurrir, nos deja casi alucinados especulando con algunos de los giros que da. Además, los efectos especiales, con unos
maravillosos juegos de luces y sombras y transparencias adelantándose a su tiempo, influenciados (e influenciando) al genial expresionismo alemán así como al impresionismo francés, no hacen sino enriquecer el conjunto.

La historia está basada libremente en el clásico de la literatura de vampiros
Carmilla, del irlandés
Sheridan Le Fanu, que décadas antes de Dracula se atrevió a empezar a establecer los cánones del género. De hecho influiría en gran medida sobre Bram Stoker. Yo tengo esta novela en la pila de pendientes, por lo que no puedo hablar de cómo la adapta Vampyr, pero sí que puedo decir que en el film, si bien el héroe no es precisamente un aventurero al uso, ya que a veces parece más un mero espectador que el motor de la acción y el eje no es más que el típico lance de hombre llega a pueblo en el que ocurren cosas misteriosas y poco a poco va desenterrando una trama que llevará al peligroso desenlace, Vampyr es mucho, mucho más. La singular estructura, la forma en que nos son mostrados los elementos terroríficos, la particularidad de las escenas onírico-alucinógenas y el hecho de que el conjunto llega a resultar por momentos inquietante a perros viejos del siglo XXI, que creemos que lo hemos visto prácticamente todo, convierten a esta película en imprescindible para los amantes tanto del cine clásico como del terror.
Sin duda,
Vampyr es una joya especial. Una que en su momento fue tratada como una extraña piedra, pero que con el paso de las décadas ha ido puliendo por méritos propios su brillo hasta convertirse en un diamante, en la obra maestra que es hoy.
¿No os lo creéis? Pues gracias al amigo youtube podéis comprobarlo
in situ, pues aquí la tenéis. Entera (en siete partes). Disfrutadla.