Uno de los detalles que llaman la atención en primera instancia de la novela
Jitanjáfora, de Sergio Parra, es su similitud en muchos apartados con la saga de Harry Potter. Sin embargo, a poco que profundicemos, nos damos cuenta de que si bien estas similitudes no pueden ser mera coincidencia, las obras son tan diferentes que por no coincidir, no lo hacen ni en el género.
Jitanjáfora parte de la premisa de que
la magia no existe. No obstante, gran parte de la acción se desarrollará en una suerte de Hogwarts moderno en el que se impartirán clases de magia (eso sí,
magia laica), barita incluida, con diferentes grupos de alumnos o “casas” dentro de la misma, en competición entre sí. También habrá otras escuelas e incluso una dicotomía entre buenos y malos (magia blanca y negra) que anticipará conflictos futuros. Sí, suena bastante al chico de la cicatriz en la frente.
Ahora es cuando en lugar de tener como protagonista a un timorato niño para esta historia llamado a ser el elegido de turno, viajamos de la mano de Conrado Marchale, un tipo que cae bien, pero
drogodependiente en rehabilitación, con un punto granujiento que le resultará muy útil en un mundo de medias verdades y mentiras absolutas. Y es que quizá la magia no exista, pero sí la
manipulación a base de, entre otras cosas, dialéctica extrema llena de caracterización corporal o palabras tan bonitas como carentes de contenido (jitanjáforas como la propia palabra jitanjájora) que pueden obtener resultados tan espectaculares como lo harían los poderes místicos de un jedi.