No mencionaré el lugar ni la fecha exactos de lo sucedido, tan solo que fue en el campo, bastante alejado de cualquier ciudad o pueblo, y en invierno, por lo que estaba todo nevado.
Había llegado en coche con el alba y estaba cazando sin más compañía que la de mi perra. No llevábamos más de media hora cuando se detuvo frente a un arbusto y quedó paralizada, de muestra, con la pata levantada a medio paso y la cabeza, espalda y rabo en línea recta apuntando a la presa que había localizado. Yo me había quitado el chaleco para recolocármelo de una forma más cómoda, y lo dejé sobre una roca para que no me molestara al disparar, mientras le quitaba el seguro a la escopeta y me acercaba a la perra sigilosamente, listo para que en cualquier momento un animal saliera saltando de su escondite. Nunca sabré que pieza era, ya que la nieve cedió bajo mi paso y comencé a caer. La escopeta se me disparó, y por el retroceso se me escapó de las manos, haciéndome perder más si cabe el equilibrio e imposibilitándome agarrarme a ningún sitio. Antes de perder el conocimiento, me dio tiempo a escuchar un ladrido de mi perra, excitada por mi caída repentina, con toda probabilidad asomándose al hueco por el que había desaparecido, con las orejas muy levantadas, y la escopeta tirada al lado suyo, junto al chaleco que contenía todo lo que en un principio necesitaba para salir de allí.
Crítica de El Imperio de los Condenados de Jay Kristoff
-
*«Una espada es como un corazón: cuando se rompe, se rompe»- Jay Kristoff,
El Imperio de los Condenados.*
Todo lo que se alza, cae. *El Imperio de los C...
Hace 21 horas