Unos años antes de la Segunda Guerra Mundial, durante la Gran Depresión, a Aldous Huxley le dio por imaginarse cómo podría ser un futuro distante en el que hombres y mujeres vivieran en una sociedad perfecta en la que todos fueran felices hasta el punto de no tener opción a no serlo. Se puso a escribir y a los cuatro meses había puesto el punto final a Un mundo feliz (A brave new world, 1932).
En la sociedad imaginada por Huxley, ya desde la probeta los futuros ciudadanos son moldeados para que tengan un físico y un intelecto determinados (en una anticipación de la ingeniería genética) y asignados a una casta en la que pasarán el resto de sus vidas. No obstante, no desearán ascender en el escalafón, sintiéndose contentos donde estén, pues desde bebés entran en un severo proceso de aprendizaje condicionado, psicológica y socialmente, hasta un extremo que deja en un juego de niños al perro de Pavlov. Y así, como en una cadena de montaje fordiana, se van creando elementos de la sociedad no solo productivos, sino también contentos y convencidos. Y si en algún momento asoma la más mínima duda o alguien se siente mal, tan solo hay que tomarse una tabletita de soma y dejarse llevar. De esta forma tenemos construida una perfecta utopía.
Por supuesto, no todos los miembros de este mundo feliz se sienten permanentemente plenos ni convencidos, entre otras cosas porque en tal caso no tendríamos historia. Quizá uno de cada cien mil, en ocasiones se para a pensar, como es el caso del protagonista Bernard Marx (un alfa-más, un privilegiado de la élite intelectual), y es entonces cuando nos damos cuenta junto a él de que para la realización de tal sueño se han perdido por el camino minucias como la espontaneidad, el libre albedrío, el arte, la ciencia, la moralidad, la espiritualidad o la pasión genuina. Y es entonces cuando la utopía se transforma en distopía.
Nuestro Bernard Marx se cuestiona el mundo que le rodea y realiza un viaje catártico a una reserva de hombres en la que las normas se acercan más a la antigua usanza. Allí conocerá a un “salvaje” que, expuesto al mundo feliz cual mono de feria, experimentará el choque de su sistema de valores con el de los fordianos, presentándonos un punto de vista más extremo que el de Bernard, y por supuesto más cercano al del lector.
Un mundo feliz es una novela extraordinaria, que junto a 1984 y Fahrenheit 451 constituye el conjunto de las grandes distopías clásicas de la ciencia ficción, y pese a ser la primera en escribirse, en mi opinión, es la más cercana a nuestra sociedad (o más bien a esa sociedad del bienestar que tanto hemos tenido en mente antes de la actual crisis), lo cual la convierte en una novela escandalosamente vigente en la actualidad, en la que el condicionamiento sociocultural rige nuestros actos en el día a día.
Por si fuera poco, Huxley escribe como quiere. Maneja a la perfección cualquier recurso narrativo, y aunque transmita conceptos de gran calado, los plantea con fluidez y haciendo gala de un gran sentido del humor (humor negro), eso sí, sin hacernos olvidar que lo que nos cuenta resulta terrible en el fondo. De esta manera, Un mundo feliz no es solo una obra maestra del género ni una lectura obligada, que también, sino además una obra que aúna rotundidad, inteligencia y profundidad con la nada desdeñable cualidad de resultar amena.
Para acabar de animar a su lectura (o relectura), unos extractos de la misma:
“Las prímulas y los paisajes, explicó, tienen un grave defecto: son gratuitos. El amor a la Naturaleza no da quehacer a las fábricas.”
“Una de las principales funciones de nuestros amigos estriba en sufrir (en formas más suaves y simbólicas) los castigos que querríamos infligir, y no podemos, a nuestros enemigos.”
“La felicidad real siempre aparece escuálida por comparación con las compensaciones que ofrece la desdicha. Y, naturalmente, la estabilidad no es, ni con mucho, tan espectacular como la inestabilidad. Y estar satisfecho de todo no posee el hechizo de una buena lucha contra la desventura, ni el pintoresquismo del combate contra la tentación o contra una pasión fatal o una duda. La felicidad nunca tiene grandeza.”
“Una civilización no puede ser duradera sin gran cantidad de vicios agradables.”
En nuestra manzana, de R. A. Lafferty – Miniespecial R. A. Lafferty I
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En nuestra manzana (In Our Block), de R. A. Lafferty, apareció en el número
de julio de 1965 de la revista Worlds of If, editada por Frederik Pohl, y
en 19...
Hace 1 día
3 comentarios:
Una de las novelas que me llevaron a escribir en general y a escribir ciencia ficción en concreto. Imprescindible.
Tengo pendiente de reseñar en mi blog Mercaderes del espacio, ¿la has leído? Lo digo porque creo que merece un puesto junto a Un mundo feliz, 1984 y Fahrenheit 451 en la lista de las grandes distopías; si no la has leído todavía no lo dudes, seguro que te gusta.
De las tres joyas-clásicos, me quedo con 1984, y luego este Mundo tan Feliz.
Es un modo de ver las cosas y una gran novela, ¡qué decir! Aunque empieza a dejar de ser un modo de ver las cosas para dejar de ser ciencia-ficción. A eso vamos. A un mundo perfecto.
Saludos.
Hola a los dos, y gracias por comentar.
Pedro, realmente es inspiradora, no me extraña que te llevara a escribir cifi. Mercaderes me la apunto, que ya hace tiempo que tengo ganas de meterme con Pohl.
Igor, me resultaría imposible decidirme por una. Las tres me parecen imprescindibles, y aunque ninguna se corresponde con el día a día de occidente, todas ellas señalan puntos demasiado próximos a la realidad.
Salu2.
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