Pues con El corazón de Tramórea, cuarto y último tomo, y más de 2.300 páginas después de la primera, he puesto fin a la saga de Javier Negrete. ¿Y cuál es mi primera sensación? Sin lugar a dudas, la pena, pero no por haber ingerido un tocho infumable ni perdido el tiempo, nada más lejos de la realidad, pues no todas las lágrimas son de tristeza, que diría Gandalf, de igual manera que tampoco lo es toda la pena.
Mi impresión se debe, y estoy seguro de que los más ávidos devoradores de literatura sabéis de lo que hablo, a la pérdida de la primera lectura, a acabar una novela en la que a medida que te acercas al final, vas leyendo más despacio para no tener que cerrar las tapas del libro, porque no tienes ganas de salir de la historia ni de decir adiós a los personajes, o hasta luego, que para eso están las relecturas. Se puede deducir por tanto que me ha convencido esta cuarta entrega, que la he disfrutado con mayúsculas, y es así, pero ya no solo por la novela en sí, sino porque es una perfecta conclusión para el ciclo de Tramórea, que después del titubeante comienzo de la anterior parte, aunque muy bien corregido después, cabía cierta duda de si iba a estar a tan elevada altura. Pues así es. El corazón de Tramórea sigue idéntica dinámica de la segunda mitad de El sueño de los dioses, por lo que se convierte junto a El espíritu del mago en la cumbre de la saga.
Pero, recapitulemos, siguiendo la abertura de abanico que realiza Negrete. Con La espada de fuego, primera parte, se nos presenta el mundo y los personajes, con una historia de dimensiones relativamente pequeñas. Un grupo reducido viviendo aventuras épicas deudoras de la fantasía clásica. En la brillante segunda parte, se profundiza sobre lo anterior, llegando a la máxima dimensión humanamente posible. Batallas, guerras que sacuden civilizaciones. Parece que ya no podía ampliar el círculo, pero con la tercera, al salirnos de lo humano y entrar en lo divino, lo que sucede tiene un rango mundial, afectando a todo y a todos. ¿Se puede aumentar la apuesta? Rotundamente, sí.
Ahora es cuando os digo que, aunque no desvelo nada sobre el argumento, si no habéis leído los tres primeros, os saltéis este párrafo y los dos siguientes. La manera de subir el listón es pasando de un universo a varios, y éste será el telón de fondo de esta novela, como ya se sugería en la anterior. Y es que no olvidemos que ambas están íntimamente ligadas, pues en primera instancia iban a conformar una unidad. Para dar este salto de calidad, por supuesto continuamos la fusión de fantasía y ciencia ficción, no solo dando explicaciones científicas más o menos consistentes a las “magias” que ya conocíamos como tales y otras muchas nuevas, sino aprovechando al máximo las posibilidades de ambos géneros. Es encomiable el sofisticado encaje de bolillos realizado a tal efecto, y que la calidad de la prosa no decaiga en ningún momento.
En esta mezcla de géneros, grosso modo, los dioses son la cara de la CiFi y los humanos la de la fantasía. Destaco entre los primeros al herrero Tarimán, al que están con gran tino dedicados los primeros capítulos de la novela, que mientras forja una nueva espada de fuego, recapitula sobre la historia de sus hermanos y hermanas, aclarando muchas interrogantes pero sobre todo estableciendo unas poderosas bases dramáticas para estos personajes, entre los que es necesario destacar al gran Tubilok, el dios loco, en cuya boca pone Negrete algunas de sus mejores líneas. Un par aparecen al final de esta reseña.
También quiero señalar que Javier Negrete bebe de algunos importantes autores de la CiFi, como dice en el epílogo, pero gracias a su talento narrativo logra que algunas ideas que en éstos mueven a la reflexión, pero resultan al final contraproducentes narrativamente, aquí cobran interés y están finamente hilvanadas con la historia, reduciéndose la superfluidad en que podría caer.
En cuanto a los personajes protagonistas, siguen caminos diferentes, pero fieles a sí mismos, lo cual es de agradecer. Por ejemplo Kratos experimentará poca evolución, pues es un hombre rígido y con un carácter difícil de moldear. Derguín Gorión, sin embargo más maleable, acabará de madurar, explotando por fin su inteligencia y dejando de lado su típica candidez, que ya iba tocando. Esto por hablar de los dos principales, pero no queda ninguno sin referir en su justa medida, aunque por supuesto cada uno tenga sus favoritos. Togul Barok, Mikha, Ariel, Ulma Tor, Linar, el gran Barantán, Tríane, Ziyam, Baoyin, Darkos, Aidé, el Mazo, Kybes, Ahri… por solo mencionar aquellos con más importancia en las partes anteriores. Éstos y otros nuevos, conformarán un estupendo elenco de piezas que situadas sobre Tramórea, o más bien dentro de un radio alrededor del corazón de la misma, jugarán la partida definitiva cuya conclusión espero no defraude a nadie.
Y es que son muchas las ideas aquí explotadas y desarrolladas, tantas que ineludiblemente se producirá alguna sorpresa en este “final de todos los caminos” cuyas soluciones argumentales, a mí al menos, me han convencido. Y tanto lo que me cuentan como la manera de hacerlo.
Así que si os gustan las grandes historias, la aventura, y sois abiertos de mente, yo no dejaría pasar estas novelas de largo.
Os dejo, por último, con algunas citas extraídas de la obra:
Miles de años antes, alguien había dicho: “No existe comida gratis en el universo”. Pero ese alguien no había pensado en la posibilidad de saquear otros universos.
El verdadero valiente era quien, conociendo la fuente de la que emanaba su terror, estaba dispuesto a enfrentarse de nuevo a ella para cumplir con su deber.
El abuso de las actividades amatorias es perjudicial para un matemático, pues la extenuación del cuerpo repercute en la mente. Pero la abstinencia total produce obsesiones enfermizas que no permiten al pensamiento concentrarse y remontar el vuelo a las alturas místicas de los números.
Conseguir que el enemigo conozca de nosotros solo lo que le filtremos es un arte; lograr que crea de sí mismo lo que nosotros deseamos se eleva a la categoría de magia.
Ser consciente, existir, es algo terrible. El mundo, el universo, la propia realidad eran lugares hostiles, construidos a una escala inhumana que empequeñecía a los mortales como motas de polvo.
Quiero derrocarlas porque soy un hombre. Porque en mi naturaleza está levantar la mirada a las estrellas y estirar la mano para tocarlas. Pero si un hombre, un hombre de verdad, descubre que después de las estrellas hay otras estrellas, querrá alcanzarlas. Y si se entera de que hay algo que supera a las estrellas en brillo y belleza, también querrá alcanzarlo. Y si descubre que detrás del horizonte hay otro horizonte, y uno más al otro lado, y que hay infinitos horizontes, querrá llegar a todos ellos y asomarse para ver qué hay más allá. Saber es poseer y poseer es saber, y un hombre de verdad no puede vivir siendo consciente de que en algún lugar de algún universo hay algo que ignora y por lo tanto no posee.
Las especies se extinguen, las estrellas se apagan, todo llega a su fin en el tiempo. Sin embargo, las estirpes que al desaparecer dejan como legado otro linaje superior demuestran que su existencia ha tenido sentido.
Cartas de Papa Noel de J.R.R. Tolkien, regreso a la infancia
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*“Querido John: **Me he enterado de que le has preguntado a tu papá cómo
soy y dónde vivo”.*
Cada Navidad, los hijos del profesor *J. R. R. Tolkien*...
Hace 1 día
3 comentarios:
He sentido al leer esta reseña que te ha gustado de verdad el libro. Y ha sido como una invitación a la lectura. Veré de coneguirlo.
Un abrazo.
Así es Pilar. Es una saga original y por momentos brillante que sin duda te recomiendo.
Gracias por pasarte y comentar.
Otro abrazo.
Pues yo siento decir que no estoy de cuerdo en absoluto con esta crítica. La historia engancha eso sí pero mas allá... Para mi gusto el estilo es a veces pedante. Los personajes no me parece que estén tan bien construidos, es más a veces da la sensación de que resuelven un ego insatisfecho del autor. Casí siempre que se meten en problemas son salvados de forma gratuita. Y no considero que que la combinación de ciencia ficción con fantasía épica esté lograda.
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