jueves, 25 de agosto de 2011

Arthur Mortimer dixit (IV)

Una narración sin desenlace es como una vida sin objetivo: puedes recrearte en la belleza de los detalles puntuales, pero cuando se acabe difícilmente podrás recordar si en verdad merecía la pena.


Arthur Mortimer, Teoría de la literatura para ancianos de cinco años.

lunes, 15 de agosto de 2011

RESEÑA: El libro del cementerio, de Neil Gaiman

A veces me pregunto si, dentro del género fantástico, sólo se es capaz de captar mayoritariamente al público adolescente con productos de medio pelo. Dos de los tres mayores éxitos editoriales de la última década lo son. El primero, la saga multimillonaria del niño mago, que he leído entera, y que no niego me ha deparado la satisfacción de poder pasarme a un idioma que no es el mío sin que me planteara problemas lectores, debido a su extrema simplicidad. Eso sí, literariamente no pasa del aprobado y en una balanza  ganarían los pros a los contras, pero sin holgura. El otro éxito es una saga ciertamente terrible repleta de conceptos ridículos ideados por una autora ultraconservadora. Sí, ya sabéis, vampiros de piel diamantina a la luz del día (¡!). Una opción mucho más cercana a la novelita rosa de un duro que al terror que pretende. Repito: terrible.
¿Y esto a cuento de qué? Pues sencillamente porque mientras se perpetran estos libros también se escriben otros cuyo público objetivo es el mismo, y además son buenos. Incluso muy buenos. Uno de ellos es El libro del cementerio de Neil Gaiman.



El libro del cementerio es, básicamente, un cuento. Escrito de una manera deliberadamente sencilla, nos lleva a un entorno de historia de terror descrito con una amabilidad y maestría que hacen sentirse cómodo al lector, que no necesita sustos o clímax cada dos páginas para disfrutar de la experiencia. Interesado por las intrigas planteadas con un ritmo acertado, en unos capítulos que casi son relatos autoconclusivos, éste seguirá la narración realizada con pasmosa naturalidad, asimilando con desahogo los elementos sobrenaturales –que son casi todos– dentro de una historia finamente hilvanada.

Pero ojo, basta que demos un paso atrás y observemos el argumento con un poco de perspectiva para darnos cuenta de que estamos frente a un cuento, sí, pero uno macabro y con retales de violencia y sabor a veces agridulce, y si no echemos un vistazo al primer capítulo: un sádico armado con un cuchillo, el hombre Jack, se introduce con premeditación, alevosía y nocturnidad en un tranquilo hogar. Allí, con singular profesionalidad, asesina sin miramientos al padre, la madre y la hija, una niña. Tan solo el hijo, apenas un bebé, y de forma casi casual, sale gateando por la puerta entreabierta de la casa, y seducido por la niebla nocturna, llega hasta un cementerio cercano. Hasta allí le persigue el criminal, y cuando está cerca la fatalidad, los espectros de los enterrados en el camposanto deciden adoptar al bebé, ocultándolo entre ellos y rebautizándolo con el nombre de Nadie –Nad para los amigos–, pues a nadie se parece. Algo siniestro, ¿no? Pero, ¿acaso no lo son en realidad casi todos los cuentos clásicos (daré una pista: cambiemos asesino por tigre y fantasmas por familia de lobos y otras criaturas selváticas. Sí, es un homenaje/reescritura de la historia de Mowgli en El Libro de la Selva, del gran Rudyard Kipling)? También como aquellos, con un aroma muchas veces dulce y poético.

lunes, 8 de agosto de 2011

RESEÑA: Dioses Menores, de Terry Pratchett

Cada vez que hago una nueva aproximación a otra novela del Mundodisco doy gracias a los dioses –mayores y menores– por que se hayan inventado a Terry Pratchett, y porque lo hayan hecho con una imaginación tan desbordante. ¿O ha sido al revés? El caso es que hay tantas y tan variadas novelas ambientadas en este fabuloso mundo plano ubicado sobre el lomo de cuatro elefantes parados sobre el caparazón de una tortuga que nada sin parar por el espacio, que sería natural que ante tal diversidad de historias alguna no mereciera la pena. Pues si es así, yo no la he conocido todavía. Es cierto que en las primeras quizá no manejara los tiempos narrativos a la perfección, pero sí lo hizo con presteza de sobra como para poder seguir escribiendo al respecto: gracias a los dioses –mayores y menores – por ello. Y es que si hay algo que sea un valor seguro tanto en literatura fantástica como satírica, ese algo es el Mundodisco.


Además, otro pro de esta larguísima serie de novelas es la relativa independencia de unas respecto de otras. Algunos personajes aparecen en varias, pero todas son autoconclusivas, con lo que no es necesario tener frescas las lecturas anteriores como para afrontar una nueva.
En Dioses menores, como cabía esperar, el certero punto de mira del autor se dirige hacia la teología. La historia transcurre en torno a un imperio religioso construido en torno al gran dios Om, solo que como suele ocurrir con las religiones, los fieles tienden, por temor, desidia o costumbre, a seguir más a la iglesia que al propio dios. La cuestión es que llega el momento de la llegada del profeta del dios, y el fiel elegido no es precisamente el que Om hubiera elegido. Se trata de Brutha, un simplón del escalafón más bajo de la iglesia, que eso sí, fiel a Om sí que es. Hasta el punto de que sin saber leer ni escribir, conoce al dedillo las sagradas escrituras de los anteriores profetas del dios, gracias a su memoria eidética. Para colmo de males, Om no se materializa en el Mundodisco –que para los omnianos es esférico y quien diga lo contrario se las verá con la terrible Exquisición– como una impresionante criatura pisoteando infieles, sino como una insignificante tortuga tuerta. Y con las tortugas ya se sabe, esos bichos están muy sabrosos. La cuestión es que Om quiere recuperar sus tremebundos poderes con la única asistencia del bonachón de Brutha, y ambos se ven entremezclados en los maquiavélicos planes de Vorbis, el jefe de la Exquisición, para acabar con los impíos vecinos de Efebia, que se atreven a afirmar, entre otras cosas, que el mundo es plano y se sitúa sobre una tortuga gigante que siempre avanza, menuda desfachatez.

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