lunes, 24 de febrero de 2014

RESEÑA: 1984, de George Orwell

George Orwell fue un hombre de mundo. Británico nacido en la India, desempeñó labores de policía en Birmania, friegaplatos en Francia, voluntario trotskista disparado en la Guerra Civil Española, y por supuesto, también vivió la Segunda Guerra Mundial. Así que, cuando un año antes de morir enfermo de tuberculosis, publico 1984 (1949), imaginándose un futuro terrible a 35 años vista, podemos afirmar que en su pasado y su presente tenía material suficiente como para realizar algunas especulaciones sobre el futuro.

Orwell nos lleva a en 1984 a un Londres gris cemento, que forma parte del inmenso estado de Oceanía, que se reparte la geografía con Eurasia y Asia Oriental, tejiendo débiles alianzas en una situación de guerra mundial continua. En Oceanía gobierna el Partido del Ingsoc (socialismo inglés), cuya cabeza visible es el Gran Hermano, conformado por los miembros del Partido Interior (la élite) y los de a pié del Partido Exterior, que gobiernan sobre una mayoría de proletariado sumido en la pobreza. Todos son vigilados de forma extrema, no solo a través de omnipresentes telepantallas, ni de la amenazante Policía del Pensamiento, sino por el resto de ciudadanos, que no dudarán en denunciar a cualquier sospechoso de crimen, de obra o pensamiento (crimental), o que tan solo no exprese de forma airada su apasionado fervor por el régimen. Es un mundo sin amigos, amor, ni familia tal y como los entendemos. Cualquier desgraciado que obre de manera inadecuada, o sencillamente lo parezca, un buen día desaparece para dejar de existir.

El protagonista será Winston Smith del Partido Exterior, quien trabaja en el Ministerio de la Verdad reescribiendo el pasado para que se adecue al presente de cada día, esto es, escribiendo mentiras que deberán prevalecer incluso sobre los propios recuerdos (doblepensar). Así acabará por asquearse de la farsa en que vive y cuestionándose la autenticidad de todo el sistema, empezando a plantearse la posibilidad de resistirse al mismo como hiciera el traidor Goldstein (el antagonista del GH, tan en la sombra como este), aunque ello le condujera al Ministerio del Amor, donde presupone se aplican terribles torturas. En esta situación se cruzará con la singular Julia o con el ambiguo O’Brien, sin saber muy bien cómo actuar en cada caso.

lunes, 17 de febrero de 2014

RESEÑA: Un mundo feliz, de Aldous Huxley

Unos años antes de la Segunda Guerra Mundial, durante la Gran Depresión, a Aldous Huxley le dio por imaginarse cómo podría ser un futuro distante en el que hombres y mujeres vivieran en una sociedad perfecta en la que todos fueran felices hasta el punto de no tener opción a no serlo. Se puso a escribir y a los cuatro meses había puesto el punto final a Un mundo feliz (A brave new world, 1932).

En la sociedad imaginada por Huxley, ya desde la probeta los futuros ciudadanos son moldeados para que tengan un físico y un intelecto determinados (en una anticipación de la ingeniería genética) y asignados a una casta en la que pasarán el resto de sus vidas. No obstante, no desearán ascender en el escalafón, sintiéndose contentos donde estén, pues desde bebés entran en un severo proceso de aprendizaje condicionado, psicológica y socialmente, hasta un extremo que deja en un juego de niños al perro de Pavlov. Y así, como en una cadena de montaje fordiana, se van creando elementos de la sociedad no solo productivos, sino también contentos y convencidos. Y si en algún momento asoma la más mínima duda o alguien se siente mal, tan solo hay que tomarse una tabletita de soma y dejarse llevar. De esta forma tenemos construida una perfecta utopía.

Por supuesto, no todos los miembros de este mundo feliz se sienten permanentemente plenos ni convencidos, entre otras cosas porque en tal caso no tendríamos historia. Quizá uno de cada cien mil, en ocasiones se para a pensar, como es el caso del protagonista Bernard Marx (un alfa-más, un privilegiado de la élite intelectual), y es entonces cuando nos damos cuenta junto a él de que para la realización de tal sueño se han perdido por el camino minucias como la espontaneidad, el libre albedrío, el arte, la ciencia, la moralidad, la espiritualidad o la pasión genuina. Y es entonces cuando la utopía se transforma en distopía.

jueves, 13 de febrero de 2014

RESEÑA: Víbora, de Andrzej Sapkowski

Creo que no sorprendería a nadie si dijera que Andrzej Sapkowski es el escritor de fantasía de mayor talento de la época que nos ha tocado vivir. Digo no sorprender, ojo, que cualquiera puede opinar diferente; tampoco me sorprendería a mí que nadie realizara tal afirmación sobre Martin, Rothfuss, Sanderson o incluso Abercrombie, pero en mi opinión el polaco impregna sus páginas con más calidad que nadie hoy día. Y ha alcanzado tal posición mediante la archiconocida saga de Geralt de Rivia. Y lo malo es que esto quizá suponga un problema para aproximarnos a una novela autoconclusiva y considerablemente corta como Víbora.

Con Geralt conocimos una larga saga de dos libros de relatos y cinco novelas que supusieron un hito en fantasía épica. Acercarnos a Víbora con el brujo en mente puede conducir con facilidad a la decepción, pues es una historia mucho más corta (apenas 180 páginas), menos ambiciosa y con un trasfondo diametralmente opuesto al del rivio. No se ubica en un universo puramente fantástico, sino en un momento histórico muy concreto: la invasión soviética de Afganistán, añadiéndose algunos elementos fantásticos a una base netamente realista. ¿Significa esto que los fans de Geralt deben (debemos) mantenernos recelosos de Víbora? En absoluto. Tan solo sugiere que debemos entenderla como una obra totalmente diferente y por lo tanto afrontarla sin ideas preconcebidas.

Una vez hecha tabula rasa, descubrimos realmente de qué va la novela. La principal perspectiva presentada es la de la soldadesca soviética envuelta en el conflicto bélico con los guerrilleros muyahidines, centrándonos en el protagonista único de la historia, el singular alférez Pavel Levart, y a través de sus ojos se nos presentarán los temas tratados: el sentimiento de hastío ante un despropósito de conflicto bélico, la aleatoriedad del mismo, la vida mísera de los soldados, que aunque son presentados con crueldad en ocasiones, en otras despiertan cierto cariño. No podemos olvidar que como buen polaco que es, el autor no puede extender este cariño ocasional a los dirigentes soviéticos (ideológicos y militares), vilipendiados explícita o sutilmente en varias ocasiones.

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