lunes, 8 de agosto de 2011

RESEÑA: Dioses Menores, de Terry Pratchett

Cada vez que hago una nueva aproximación a otra novela del Mundodisco doy gracias a los dioses –mayores y menores– por que se hayan inventado a Terry Pratchett, y porque lo hayan hecho con una imaginación tan desbordante. ¿O ha sido al revés? El caso es que hay tantas y tan variadas novelas ambientadas en este fabuloso mundo plano ubicado sobre el lomo de cuatro elefantes parados sobre el caparazón de una tortuga que nada sin parar por el espacio, que sería natural que ante tal diversidad de historias alguna no mereciera la pena. Pues si es así, yo no la he conocido todavía. Es cierto que en las primeras quizá no manejara los tiempos narrativos a la perfección, pero sí lo hizo con presteza de sobra como para poder seguir escribiendo al respecto: gracias a los dioses –mayores y menores – por ello. Y es que si hay algo que sea un valor seguro tanto en literatura fantástica como satírica, ese algo es el Mundodisco.


Además, otro pro de esta larguísima serie de novelas es la relativa independencia de unas respecto de otras. Algunos personajes aparecen en varias, pero todas son autoconclusivas, con lo que no es necesario tener frescas las lecturas anteriores como para afrontar una nueva.
En Dioses menores, como cabía esperar, el certero punto de mira del autor se dirige hacia la teología. La historia transcurre en torno a un imperio religioso construido en torno al gran dios Om, solo que como suele ocurrir con las religiones, los fieles tienden, por temor, desidia o costumbre, a seguir más a la iglesia que al propio dios. La cuestión es que llega el momento de la llegada del profeta del dios, y el fiel elegido no es precisamente el que Om hubiera elegido. Se trata de Brutha, un simplón del escalafón más bajo de la iglesia, que eso sí, fiel a Om sí que es. Hasta el punto de que sin saber leer ni escribir, conoce al dedillo las sagradas escrituras de los anteriores profetas del dios, gracias a su memoria eidética. Para colmo de males, Om no se materializa en el Mundodisco –que para los omnianos es esférico y quien diga lo contrario se las verá con la terrible Exquisición– como una impresionante criatura pisoteando infieles, sino como una insignificante tortuga tuerta. Y con las tortugas ya se sabe, esos bichos están muy sabrosos. La cuestión es que Om quiere recuperar sus tremebundos poderes con la única asistencia del bonachón de Brutha, y ambos se ven entremezclados en los maquiavélicos planes de Vorbis, el jefe de la Exquisición, para acabar con los impíos vecinos de Efebia, que se atreven a afirmar, entre otras cosas, que el mundo es plano y se sitúa sobre una tortuga gigante que siempre avanza, menuda desfachatez.

Ésta es la trama base, y en torno a ella Terry Pratchett nos va regalando un perfecto elenco de divertidísimas reflexiones sobre los dioses y sus cultos perfectamente extrapolables a las religiones actuales. Pero por supuesto no se para ahí, y se mete en terreno de política, progreso, guerras, y brilla con luz propia al entrar en la filosofía. Siempre entre excesos, pero siempre también con la suficiente razón como para incitar cierta reflexión mientras arranca la sonrisa o la carcajada al lector.
Impagables estas reflexiones, impagables las brillantes conversaciones entre un dios y su fiel, impagable uno de los villanos más malvados y mejor construidos jamás por Terry Pratchett, y sobre todo impagable el que este autor tan prolífico, bien sea con un libro escrito hace veinte años o hace un par, nunca defraude.
¿No? Pues echadle un ojo a esta pequeña selección de extractos de Dioses menores:
“El tiempo es una droga. En cantidades excesivas mata.”
“El universo probablemente había sido montado con cierto apresuramiento por un subordinado mientras el Ser Supremo no estaba mirando”
“- Cuando hay castigo, siempre hay un crimen –dijo Vorbis-. A veces el crimen sigue al castigo, lo cual sólo demuestra cuán previsor es el Gran Dios.
- Eso es lo que solía decir mi abuela –dijo Brutha automáticamente.
- ¿De veras? Me gustaría saber más sobre esa formidable dama.
- Solía darme una azotaina cada mañana porque sin duda yo haría algo que la mereciese durante el día.”
“ Un filósofo es alguien lo bastante listo como para buscarse un trabajo en el que no hay que levantar objetos pesados.”
“La gente cree que los soldados profesionales siempre están pensando en luchar, pero los verdaderos soldados profesionales piensan mucho más en la comida y en un sitio caliente donde dormir que en luchar, porque esas son las dos cosas que generalmente cuesta mucho conseguir, mientras que el luchar tiende a presentarse por sí solo a cada momento”.
“¡Humanos! Vivían en un mundo donde la hierba seguía siendo verde y el sol salía cada día y las flores se convertían regularmente en frutos, ¿y qué era lo que les parecía impresionante? Estatuas que lloraban. ¡Y vino obtenido a partir del agua! Un mero efecto de túnel derivado de la mecánica cuántica, que hubiese tenido lugar de todas maneras si estabas dispuesto a esperar unos cuantos zillones de años. Como si la conversión de los rayos de sol en vino, mediante las parras y las uvas y el tiempo y las enzimas no fuese mil veces más impresionante y no ocurriera continuamente.”
“Anoche todo había sido posible. Ése era el problema de los anoches. Siempre eran seguidos por estas mañanas”.
“Matar al creador era un método tradicional de proteger la patente”.

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