Es cuanto menos curioso ver lo divergentes que son consideradas, habitualmente, las sendas de la literatura fantástica y generalista, por sectores aficionados a la primera y la gran masa de los lectores de la segunda, que además suelen denostar el género.
Quienes lo hacen se encuentran sumidos en un error, por supuesto. Me ha hecho volver a esta reflexión una película basada en una obra de William Shakespeare que ahora mencionaré.
No pretendo escribir un ensayo a este respecto, ni referente a la literatura fantástica, ni a Shakespeare, quizá otro día, pero sí recordar en voz alta (y escrita), que en la obra del inglés, mentado con asiduidad como canónico literario, la fantasía se encuentra casi omnipresente. El fantasma del padre de Hamlet es un personaje crucial. Al inicio de la obra, el destino de Macbeth es puesto patas arriba por tres brujas. La tempestad de la obra homónima es creada mediante artes mágicas. El Reino de las Hadas es protagonista en El sueño de una noche de verano. Entre otras.
Una escena me ha hecho pensar en todo esto. Se trata de la probablemente mejor adaptación de Macbeth, la realizada por otro genio, Akira Kurosawa, en 1957: Trono de Sangre. La traslación al Japón medieval de la historia es soberbia, y la bruja de voz primero susurrante y después ultraterrena del Bosque de las Telarañas, inolvidable.
Recordatorio/sugerencias premios Ignotus 2025
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Hace 6 horas
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