martes, 29 de abril de 2008

RELATO: El de delante

Me duele la espalda y estoy cansado. Estiro los brazos mientras bostezo y arqueo todo mi cuerpo. Un par de vértebras se quejan sonoramente de la dureza del respaldo de mi asiento. Miro el reloj, quedan sólo cinco minutos. Bueno, por cinco minutos no va a pasar nada. Voy recogiendo los papeles de encima del escritorio y guardando los ficheros del ordenador. Lo apago y me levanto. Hace frío, lo cual me recuerda que coja el abrigo, ya se me olvidaba. Salgo al pasillo con un nuevo bostezo y llamo al ascensor. Acaba de salir hacia abajo. Espero. No se si habrá preparado algo para cenar. La luz parpadeante sobre la puerta del ascensor llega hasta el sótano y comienza a subir de nuevo. Si no ha hecho nada, salimos a darnos una vuelta. A cenar por ahí, que hace tiempo que no lo hacemos entre semana. El ascensor llega y se abre la puerta. Paso y pulso el botón del sótano. El mecanismo comienza a funcionar.
Podemos ir al restaurante mejicano. Tiene buen aparcamiento. La puerta se abre con un traqueteo metálico y salgo, con la mano en el bolsillo buscando las llaves del coche. Lo mejor será preguntárselo a ella. La última vez que estuvimos allí creo que nos cobraron de más. Saco las llaves y abro la puerta de mi coche. Me siento dentro e inserto la llave en el contacto. Me encuentro realmente a gusto en mi coche. Enciendo el motor. Me gusta como suena y la vibración casi imperceptible que transmite al resto de la estructura me hace sonreír, porque me acuerdo de que con el coche viejo esa vibración era casi un poltergeist. Salgo de mi plaza de garaje mientras selecciono la potencia media en la calefacción. Si empiezo por la máxima se calienta demasiado el ambiente en el habitáculo. Voy hacia la salida, cogiendo de la guantera el mando a distancia. Vaya, alguien acaba de salir y la enorme puerta está bajando. Ahora tengo que esperarme a que baje del todo y volver a subirla. Cojo el móvil y marco el número de mi casa. No tengo cobertura, será por estar en un sótano. Además, le queda poca batería. Ya ha acabado de bajar. Le doy al mando y la estructura comienza a subir de nuevo. Cuando va por la mitad inicio la subida de la rampa y asomo el morro del coche a la calle. Veo un hueco y salgo. Los de delante están esperando el semáforo. Tengo frío. Pongo la calefacción al máximo. No me gusta este semáforo, me pone nervioso. Siempre está largo rato en rojo, y tan sólo unos segundos en verde. Ha habido suerte, acaba de ponerse en verde. Tan sólo hay cuatro coches por delante del mío, a pesar de lo cual cuando paso está cambiando de ámbar a rojo. Giro a la izquierda tomando una avenida mucho más grande. Cuando empezaba en este trabajo, siempre la hacía hasta el final. Es larga y tiene dieciséis semáforos. Ahora tomo un atajo callejeando, que descubrí hace unos meses de casualidad y me pillan sólo tres. Giro a la derecha por el atajo. Uno de los coches que estaba delante de mí al salir del garaje hace también el giro. Ya no tengo tráfico y en cinco minutos cojo la autovía. Llamo de nuevo. Da tono. A ver si no ha llegado todavía. Oye, ¿qué te parece que salgamos a cenar por ahí cuando llegué?. Vale. Estupendo. No, acabo de salir, todavía me queda media hora para llegar a casa. Si. ¿Qué llevas puesto?. Si. ¿Por qué no te pones el vestido ése que sabes que me gusta?. Si, el negro. Venga. Un besito. En veinticinco minutos estoy allí. Adiós. Cuelgo el móvil. Tengo ganas de verla. Qué curioso, el coche que iba delante de mi sigue estándolo. Y eso que me he callejeado tres barrios mientras hablaba por teléfono. Pero si es el mismo modelo que mi coche. No me había dado cuenta. Me lo compré hace dos meses. Gran relación calidad-precio, buenas prestaciones y además, no se veía ninguno por la calle, por lo que resultaba hasta original tener uno. Se ve que muchos pensaron lo mismo que yo, pues ahora hay uno aparcado en cada acera. De todas formas estoy muy bien con él. Sobre todo porque el otro me dejaba tirado al menos una vez al mes. Tengo ganas de verla. Voy a coger la autovía ya. El de delante también, por lo visto, pues toma el mismo camino. Bueno, ya estamos en el carril de incorporación. Me fijo por un segundo en un pequeño roce que lleva el de delante en el parachoques. Un momento, pero si yo también llevo un golpecillo ahí, diría que ahí exactamente. Que raro. Voy a acercarme. Piso el pedal y me pongo a cien metros. Vaya, como acelera. Tendrá prisa. Bueno, voy a acelerar yo también. Veamos. Si, lleva un golpe donde yo llevo el que me hizo mi primo cuando le dejé el coche. La matrícula. Qué rápido va, lo voy a perder. Juraría que la matrícula es hasta parecida. Las letras son las mismas, tanto la de la ciudad como la de la serie. Los números. No veo bien, pero los dos primeros son los mismos, seguro. Los otros, un tres, ¿o es un ocho?. Será un tres, porque con un ocho es la matrícula de mi coche, y ya no sería una coincidencia. Desde luego tengo delante un coche que es de la misma marca y modelo que el mío y lo del golpe seguro que también coincide. Serán imaginaciones mías. La matrícula no puede coincidir. Bajo la calefacción, ha caldeado demasiado el ambiente. Ya he perdido al de delante. No. Tomo una curva seguida de una recta de un par de kilómetros y lo veo a medio. Qué más da. Voy a ver lo de la matrícula. Acelero. Espero que no me pille el radar, porque si es así me retiran el carné. Creo que nunca había puesto el coche tan rápido desde que lo tengo. Parece que va bien a doscientos. Ya se acaba la recta. A ver si tras esta curva está. Piso el freno porque no me quiero matar. Menos mal qua hay poco tráfico. Ahí está. Le he recuperado más de la mitad del terreno que me llevaba. Vuelvo a pisar a tabla. Que raro. El de delante iba normal, rápido, pero razonablemente, y parece que al verme ha vuelto a acelerar, como antes. Aprovechando que yo venía más rápido me he vuelto a poner cerca, pero sigo sin distinguir si es un tres o un ocho. Ya está acelerando más que yo. No entiendo porque huye de mi. Suena un pitido a mi lado y me asusta. Giro ligeramente el volante en un acto reflejo, pero a esta velocidad estoy a punto de salirme de la carretera. He estado a nada de matarme. Como me ha subido el pulso. Levanto el pié del acelerador. El pitido era del móvil, que se ha quedado sin batería. El de delante ha vuelto a tomarme distancia. Bueno, da igual. Estoy a punto de tomar la salida de la autovía. Un misterio por resolver, para contarlo como anécdota extraña cuando nos juntemos varios a tomar café y empecemos a narrar cosas raras que nos han pasado a cada uno. He hecho el camino de la autovía que normalmente me ocupa un cuarto de hora en sólo diez minutos. Pongo el intermitente para tomar la salida a la carretera que me lleva a casa. Me doy cuenta de que el de delante ya se ha metido en el carril para tomar la misma salida que yo. No lo entiendo. Esta situación ya raya en lo surrealista. Me pongo serio y noto como empiezo a respirar más rápido. El pulso todavía no se me ha normalizado desde el volantazo de antes. Me meto en el carril demasiado rápido y noto como la goma de los neumáticos se queja. Ya estoy en la carretera. Es una comarcal, no pasa nadie, excepto el de delante. Pongo las largas y aplasto con el pié derecho. Agarro el volante con más fuerza, el piso no es tan bueno como en la autovía y tiene bastantes baches. Me acerco un poco. Con las largas puedo ver que va sólo en el coche, como yo. Los dos vamos demasiado rápido y noto como la amortiguación deportiva no está diseñada para estas circunstancias. Tengo que adelantarlo. Si no lo hago... no sé, pero tengo que adelantarlo. Esto no es normal. Por esta carretera no se llega a muchos sitios, sobre todo desde que pusieron la autovía. Hay un par de pueblos en unos kilómetros y el desvío a mi casa, por el camino del pantano, pero eso sólo lleva a mi casa. Si se mete por ahí sólo puede ir a mi casa. Nos cruzamos con un coche. Tiene que echarse a un lado de la carretera y comienza a tocar el claxon y a gritar, seguramente acordándose de la madre del de delante. Y de la mía. Es que vamos al doble de lo que ya se consideraría rápido. Cada vez estoy más cerca, pero no tengo tiempo de fijarme en la matrícula. Necesitaría al menos un segundo y la conducción que estoy haciendo no me lo permite, tengo que estar demasiado concentrado. No entiendo nada. ¿Por qué huye de mi?. ¿Por qué tiene mi coche?, bueno, no es mi coche, sólo se le parece. Pero si es que es igual. Noto como no va cómodo. Tiene que abalanzarse sobre el carril del sentido contrario en cada curva para no salirse a la cuneta. Como venga uno de frente nos matamos todos aquí. Está forzando mucho, pero claro, yo también. No entiendo por qué huye. Ahí está. El desvío al camino del pantano. No pone el intermitente. No se va a meter, va demasiado rápido. Frena de golpe y toma el desvío derrapando. Golpea con el guardabarros de refilón una rama de un árbol que se mete un poco en la carretera. Ya no puede ser una coincidencia, aunque en fin, hace rato que no podía serlo. Reduzco de marcha bruscamente y tomo la curva. Casi me salgo. Las ruedas traseras derrapan. Parece que hay gravilla sobre el asfalto. La rama choca contra mi coche. Seguro que me ha dejado un arañazo de tres palmos. De aquí a mi casa hay cinco minutos. Él no puede ir muy rápido, es un camino difícil. Yo lo conozco mejor. Lo hago todos los días, incluso varias veces por día. No puede ser. Va demasiado rápido. Me cuesta no perderlo. Fuerzo demasiado. Ahí está. Le he ganado terreno. Estamos a punto de pasar sobre el pantano. Ahí le voy a adelantar. Frena de golpe. Me lo como. Me mato. Lo veo durante un cuarto de segundo, con el coche parado, girándose. Es como yo. Pego el volantazo justo antes de pasar sobre el pantano, ni a medio metro del de delante. No puedo controlar el coche. Me voy. Me meto entre los árboles que crecen alrededor del pantano. Me voy a meter dentro del agua. Echo el freno de mano. Mala idea. Doy una vuelta de campana. Ahora otra. Salta el airbag. Cristales rotos. Sangre. Me asfixio. El airbag. Estoy aturdido. Noto los ojos llenos de sangre y las piernas rotas y atrapadas. El motor de mi coche se para. Ruidillo de tierra derrumbándose despacio. El motor de un coche parado más arriba y silencio. El coche de arriba que se pone en marcha y se va. Estruendo de mi coche cayendo sobre el pantano. Agua que entra por las ventanas rotas. No puedo salir. Alargo la mano para coger el móvil. Recuerdo que está sin batería. Intento soltarme y salir. No puedo. El coche se hunde rápidamente. El pantano es muy profundo en este lado. No queda aire. Me ahogo.
Ella está esperándome, con el vestido negro puesto, ése que tanto me gusta.

(c) Cree lo que quieras

4 comentarios:

Unknown dijo...

Estupendo.Ya lo leí en su día

Unknown dijo...

¡Muchas gracias!
Siempre suponr una gran satisfacción a uno el que gusten sus cuentos.
Y por cierto, gracias también por comentar.

Anónimo dijo...

Impresionante el cuento. Acabo de empezar con el blog, asique voy con dos años de retraso... ¡Pero más vale tarde que nunca!

Ella dijo...

Ya lo leí, pero como no te dije nada, te lo digo ahora: está muy chulo.
:)

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