Mis dedos nerviosos hacen tictac sobre la cadera mientras avanzo con gallardía. Dejo deslizarse la mirada y los descubro jugueteando con la empuñadura de la espada; no en vano ésta debe ser una historia de aventuras.
Continúo lleno de decisión hasta que me encuentro con alguien, envuelto en una capa al pié de un fresno.
— Usted debe ser mi coprotagonista —sugiero entre afirmando y cuestionando—, quizá mi gran amigo, mi maestro, o mi mortal antagonista, el creador del conflicto en cualquiera de los casos.
— ¿Por qué dice eso? Tal vez solo se halle ante un secundario.
— No, es imposible, ya llevamos casi la mitad de la narración, somos los únicos dos personajes y ya estamos demasiado adelantados como para introducir un tercero.
Me dirige una extraña mirada llena de contenido que se transforma en sonrisa sibilina mientras encadena palabras.
— No puedo hacer más que concederle la razón —susurra.
— Y ahora, sin duda, nos veremos abocados a provocar el desenlace.
— Podríamos postergarlo un poco más y disfrutar de estos instantes en su justa medida —insinúa enarcando una sola ceja.
— Me temo que no es posible, tan solo quedan dos párrafos, y uno de ellos es únicamente de cuatro líneas.
Tras asentir con la cabeza dándome la razón en la imbatibilidad del destino, empuña una daga a la velocidad de la centella. Su mano surge de la oscuridad de la capa y se lanza hacia mi pecho sin darme casi tiempo a retroceder. Tan solo es un rasguño. Manteniendo las distancias desenfundo mi acero y encaro a mi oponente, que pese a la desigualdad de armas no se rinde. Intenta volver a atacarme, pero con una sencilla estocada le atravieso el abdomen, matándolo instantáneamente. La daga cae de su mano y entonces es cuando distingo el brillo purpúreo de la cicuta en su filo. Miro mi pecho. La herida está impregnada del mismo veneno.
Me siento en la base del árbol y apoyo la espalda en su tronco esperando la muerte. Al final, la historia ha resultado ser una tragedia. Algún día, quizá, este estúpido narrador escriba sobre el amor y haga ganar al protagonista. Quizá.
Cartas de Papa Noel de J.R.R. Tolkien, regreso a la infancia
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*“Querido John: **Me he enterado de que le has preguntado a tu papá cómo
soy y dónde vivo”.*
Cada Navidad, los hijos del profesor *J. R. R. Tolkien*...
Hace 1 día
8 comentarios:
Me ha parecido un micro-relato estupendo, especialmente por ese giro final...
Si que es verdad que no te van los finales felices jejeje
Me encanta, no puedo decir más
¡Que bueno! Me encanta. Me ha evocado tantas lecturas de capa y espada... Me reconozco adicta del folletín francés y la novela de aventuras del XIX. Y creo que tu no andas muy lejos ;)
Me ha encantado tu texto, mantienes la atención hasta el último momento y el trágico final, te ha quedado de película.
Un saludo,
Buen micro! :D Lo de "mirada llena de contenido" me pareció gracioso. Ah, y cuando dices que el último párrafo es sólo de 3 líneas, sería mejor decir 4, no? Porque es un relato autoreferente.
Saludos!
Muchas gracias a todos por comentar. Al parecer os ha gustado: doy por buena entonces esta entrada bicentenaria.
BSB, te doy la razón en lo de los finales felices. Como reto personal podría ponerme el conseguirlo alguna vez, a ver a qué saben, jeje.
Suto, me encanta que te encante.
Ángeles, no es que no ande lejos, es que es una de mis debilidades. Incluso algunos de mis favoritos modernos son totalmente folletinescos (Martin, Powers, ...) ;)
Yashira, muchas gracias. Es de lo mejor que le puedes decir a un microrrelatista.
Damián, gracias por el apunte. Curiosamente tanto en word como en el editor de blogger salían cuatro líneas, se me había pasado. Ya lo he corregido.
¡Abrazos a los cinco!
Anda, qué sorpresón. De capa y espada y 50 cosas más. He disfrutado tanto como Ben Gunn de su trozo de queso. MMMMM. ¡Buenísimo!
¿El amor? Vale.
Gracias por tus palabras Igor. Disfrutar tanto como Ben Gunn son comida que no sean peces o cocos son palabras mayores.
Un abrazo
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