El punto de partida es Mauro, un tipo normal, escritor frustrado que se deja llevar por la corriente, dando clases y llamando poco la atención. En torno a tan antiheroico epicentro tiemblan los acontecimientos. Cabe subrayar que acontecimientos muy humanos: la familia, el amor o el sexo, cuyo dañino límite con el anterior no está del todo bien delimitado, como suele ocurrir muchas veces en la vida real. Poco a poco comprenderemos que todas estas cosas “normales” tienden a presentarse en su versión más destructiva, y que indudablemente Mauro es una persona con tendencias a pasarlo mal, un hombre con dos pies izquierdos con el sufrimiento escrito en su turbulento pasado, que cuando le sale al paso tratará de dibujar también su futuro, y es que al fin y al cabo la experiencia condiciona de forma inevitable toda decisión importante.
Y luego está, propiamente dicho, el Osito Cochambre, alter ego de Mauro creado por él mismo durante su infancia para, cada vez que se encontraba en un callejón sin salida en su vida personal, recurrir a él y mediante un proceso catártico, despojarse de su viejo y descosido pellejo, colgarlo en su cueva y olvidarse de él junto a sus problemas mientras se coloca una nueva piel reinventándose a sí mismo según sus necesidades.
El osito es una metáfora, mas una metáfora con personalidad propia que persigue la literalidad, conformando un acertado punto surrealista en un entorno que raya a veces el hiperrealismo. He aquí el más grande acierto de esta novela de contrastes, como si el pobre diablo urbano envuelto en asuntos turbios y barriobajeros creado por Pérez-Reverte, soñara de repente con un paisaje descrito por Gaiman. ¿Real o no? ¿Sueño o pesadilla? ¿Coincidencia o visión profética? Probablemente, un poco de cada.
Como pega, que quizá no lo sea, y no deja de ser una representación de mis gustos personales, el que aunque estos elementos oníricos a los que me refiero y cómo encajan en el conjunto resultan los más interesantes del libro, saben a poco. Apenas representan unas pinceladas fantásticas en una historia llena de escenas cotidianas, violentas a veces, que destilan tensión casi siempre, pero lejos del escapismo que caracteriza a las obras que suelo reseñar aquí.
No obstante, El Osito Cochambre constituye más que una prometedora opera prima de Ignacio Cid en el mundo de la novela: es una realidad palpable, una obra pequeña pero muy bien construida que nos viene a decir que su autor ha venido con la idea de quedarse. Sería una suerte para él que así fuera, por supuesto, pero también para nosotros.
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