Políticos y científicos pululaban por la sala de control de la agencia que financiaba el experimento, los unos con una sonrisa de circunstancias que trataba de ocultar el hecho de que no se enteraban de nada y los otros repasando por enésima vez que todo estaba tal y como debía estar para que el primer viaje temporal de la historia fuera un éxito, tal y como aseveraban los complejísimos cálculos matemáticos y físicos que llevaban años depurando.
En medio de la estancia, centro de todas las miradas así como de los objetivos de cámaras se encontraba la superficie magnetizada a la que apuntaban varios cañones de neutrones, y sobre la cual descansaba un ejemplar del Quijote. La idea era enviarlo cinco segundos al futuro.
Por supuesto que había detractores del proyecto, que afirmaban que pulsar ese botón alteraría el espacio-tiempo y acabaría con el universo: cruzados de viejas religiones y creencias retrógradas.
Llegó la hora.
Tras un breve discurso el ministro pulsó el botón con gesto solemne y… ¡El libro desapareció! La cuenta atrás en números gigantes de neón comenzó mientras todos contenían el aliento.
Cinco…
Cuatro…
Tres…
Dos…
Uno
Cuando la IA aprende a piratear...
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La semana pasada descubrí gracias a la *base de consulta de The Atlantic*,
con mezcla de estupor y resignación, que dos de mis novelas (*Hollow
Hallows*...
Hace 2 días
2 comentarios:
Jooo... , ¿cómo sigue?
Eso digo yo...me has dejado con la intriga
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