martes, 16 de julio de 2013

Arthur Mortimer dixit (IX)

Solo he tenido la suerte (o la desgracia) de conocer tres situaciones en las que he entregado mi corazón y no me he sentido bailando cojo al borde de un precipicio de decepciones.
La primera es a un plato de huevos con patatas fritas, preferiblemente con un poco de cerdo o cordero al punto. A veces la carne se pasará o las patatas estarán demasiado aceitosas, pero en general el éxtasis culinario de romper el naranja sobre su lecho blanco y amarillo con un trozo de pan es, sencillamente, impagable.
La segunda entrega correspondida es a nuestro mar. Desde siempre lleva devolviendo mis caricias con besos y carantoñas. Algunas veces fríos o incluso furiosos, pero a sabiendas de que siempre regresará su calidez espléndida. Se trata, desde luego, de la gran constante de mi vida. 

Por último, qué duda cabe, está el negro sobre blanco, que ofrece invariablemente una salida, quizá no siempre la mejor, pero tampoco nunca la peor. Un insignificante triunfo de la vida sobre la muerte.
Además, sin duda lo mejor es que siempre puedes volver a los tres amores, que recompensarán infidelidad con lealtad y responderán con mucho a lo poco que les des.


Arthur Mortimer. Vida sobre muerte, negro sobre blanco.

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