Como algunos sabéis, estoy preparando un proyecto algo más largo que los relatos con que os tengo acostumbrados. Ya acabando la primera parte del mismo, voy realizando algunos descartes sobre las versiones iniciales del mismo, y se me ocurre dejaros por aquí una de ellas, como curiosidad, como relato descontextualizado, que sin embargo me resisto a tirar a la basura. No en vano recuerdo ahora un cuento space opera del gran Sapkowski sin principio ni final, y que sin embargo enganchaba. No soy Sapko, ni confío en enganchar, pero ahí lo dejo, aunque solo sea para recordarme a mí mismo -y a quien quiera- lo que no fue:
Todo había resultado una locura. Lo primero que Alayne sabía que había fallado era el sistema de comunicación, tras recibir una transmisión indescifrable había empezado a reenviarse de alguna manera a todas las naves al alcance de la Eva. Después había venido lo peor. Cuando el capitán trató de interrumpir la extraña comunicación, la navegación había fallado y se habían visto obligados a pasar a manual. ¡Ya nadie pilotaba en manual! Más tarde los tecnos habían empezado a desobedecer y se habían sucedido las muertes. El propio capitán había fallecido al derrumbarse el puente de mando tras una serie de descargas eléctricas que más parecían explosiones cuidadosamente controladas que fallos accidentales. Junto a él se fueron media docena de oficiales de rango superior.
Dentro del caos reinante Alayne se había dado cuenta de que con su grado de teniente era la oficial de mayor grado que quedaba con vida, que ella supiera, por lo que había tenido que empezar a tomar decisiones. La primera fue intentar aterrizar en el planeta más cercano, que estaban estudiando por sus prometedoras condiciones para la vida cuando se desatara la tormenta. Si lo lograban quizá el desastre no acabara en hecatombe.
La manera en que la nave tomó tierra podía denominarse de cualquier manera menos aterrizaje. Con todos los sistemas fallando, gente muriendo, tecnos explotando y la nave virando en ángulos imposibles, el contacto con la superficie del planeta fue tan brusco que vio a varios compañeros, entre ellos algunos amigos, lanzados como peleles contra techo y paredes, abriéndose la cabeza, rompiéndose extremidades y torso.
Ahora, sentada fuera de la Eva y a punto de sufrir una crisis de ansiedad tras saber que se habían producido sobre el 50% de bajas humanas y 100% de nivel de destrucción tecno, alguien se le acercó y le dio un golpecito en el hombro. “Gracias, de no ser por ti todos habríamos muerto”, creyó oír, pero más de cinco mil muertes de colonos, llenos de esperanzas y ganas de formar una familia sin trabas de natalidad, por no hablar de tullidos y desaparecidos, suponían un bagaje demasiado aterrador.
Alayne era la líder improvisada, y la camisa le quedaba demasiado grande. Ella se encargaba de la logística de la nave, no de decidir quién vive y quién muere. Esto estaba pensando cuando vio sobre una colina un grupo de personas que se aproximaban lentamente. No podían ser supervivientes de la nave; estos estaban extrayendo lo poco que podían salvar de la misma y ayudando a los heridos. Sin pensárselo dos veces avisó a varios guardias armados que estaban trasladando un cadáver y salieron juntos al encuentro de ese extraño grupo, sin apuntarles directamente, pero con los fusiles en posición de guardia. Al aproximarse pudo contemplarlos mejor. Se trataba de gente con ropas pasadas de moda, o al menos siguiendo unos parámetros estéticos un tanto bizarros. Uno de ellos llevaba la cabeza vendada y tenía que apoyarse en otro para no caerse. La venda no parecía formar parte de su vestimenta: obviamente estaba herido. A pesar de su mal aspecto iba al frente, por lo que parecía el cabecilla.
- ¿Quiénes sois? –dijo Alayne mirándolo directamente– , ¿de dónde habéis salido?
- Creo que lo mismo podríamos preguntar nosotros, que estamos aquí desde antes –respondió no sin cierta ironía el hombre herido, aunque con afabilidad en su gesto.
Alayne permaneció callada, si bien no por mantener un pulso de egos. En realidad no sabía bien qué decir.
- Está bien. Somos los colonos de la Adan –dijo el hombre, y el nombre de la nave le resultó familiar a Alayne–, y llevamos más de cincuenta años en este planeta. Mi nombre es Pjotr Rodríguez y soy mecánico. Y gobernante.
- Yo me llamo Alayne –cedió al final– y creo que estoy más o menos al mando de lo que queda de la nave de ahí atrás –balbuceó señalando con la mano–. Somos… Éramos… Somos colonos y nos estrellamos esta mañana, después de que todos los sistemas fallaran y los tecnos enloquecieran.
- Entiendo –dijo Pjotr con los ojos caídos. Alayne no lo entendía–. Entonces sólo quedamos vuestros supervivientes y los nuestros. Creo que tenemos unas cuantas cosas sobre las que hablar y mucho, muchísimo tiempo para hacerlo.
Zendegi
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Aunque Greg Egan es conocido sobre todo por su ciencia ficción ultradura,
de vez en cuando sorprende con algo totalmente distinto que descoloca un
poco a s...
Hace 5 días
4 comentarios:
Que ganas de leer lo que no has descartado, y saber de nuevo sobre Pjotr y su mundo!
De momento, muchas gracias por leerte esto, amigo.
Te puedo avanzar que poco tiene que ver con aquella versión que quizá leyeras hace 6 o 7 años.
Un abrazo.
Un relato interesante, está bastante bien escrito, con personajes que invitan a ser conocidos y un "final" abierto que da pie a numerosas especulaciones.
Enhorabuena, autor.
Muchas gracias Helkion. Gracias por tus palabras y por la visita.
La verdad es que el relato del que lo extraje ha dado muchas vueltas hasta el punto y final.
Y sigue haciéndolo después, jeje.
Un saludo.
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